El diamante y el grafito son formas alotrópicas de carbono, es decir, están compuestos de átomos del mismo elemento, pero difieren en su acomodo espacial. La presión a la que el grafito se puede convertir en diamante es mayor a los cuatro gigapascales (GPa), a partir de 1800 grados centígrados de temperatura señala el doctor en ciencias y profesor de la Universidad de Sonora, David Corona Martínez.
El diamante se forma a grandes profundidades entre 140 y 190 kilómetros dentro del manto terrestre, y emerge de forma natural cerca de la superficie gracias a las erupciones volcánicas. Al enfriarse, el magma se convierte en las rocas ígneas que albergan los diamantes.
Encontrar esta gema no es fácil: de un millón de piedras ígneas, sólo una suele contener un diamante. Estas piedras preciosas tambien se pueden crear de manera no natural, mediante procesos industriales. Lo más común es emplear una temperatura de 1800 grados centígrados.
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