Para poder pintar el techo de la capilla sixtina a principios del siglo XVI, Miguel ángel tuvo que superar bastantes obstáculos desalentadores. El primero proviene directamente de las propiedades físicas del techo de bóveda de cañón, es decir, de una superficie curva. Por si eso fuera poca dificultad, la bóveda de cañón tiene intersecciones de pequeñas bóvedas colocadas sobre las ventanas donde el artista también pintó, siguiendo una forma de media luna.
Así, Miguel Ángel podía mover la plataforma para llegar a todos los rincones del techo. Cubría sólo una cuarta parte del techo cada vez, ya que necesitaba luz natural para poder pintar. Curiosamente los agujero que sujetaban la estructura aún pueden verse. El tercer problema que tuvo que enfrentarse el pintor fue como dibujar las líneas del boceto para todo el techo. Dividió la bóveda en distintos trozos lanzando cuerdas con tiza de un extremo de la capilla a otro (con ayudantes) antes de pegarlas a la escayola preparada. De esta manera estableció una estructura lineal consistente en toda la capilla.
El último gran obstáculo que tuvo que vencer Miguel Ángel fue la magnitud del proyecto, algo que increíblemente, terminó en sólo cuatro años. Pintar el techo es una tarea titánica desde el punto de vista logístico, así que invitó a algunos de sus amigos de Florencia y Roma para que le ayudaran. Los ayudantes no sólo pintaron algunos de los elementos recurrentes como columnas y estatuas, sino que también ayudaron a construir los andamios y a mezclar y preparar la escayola, las pinturas, a preparar los pinceles y a pasar los bocetos a tamaño natural en papel para poder transferirlos a la bóveda. Este último proceso consistió en colocar el papel sobre el techo, pinchar los contornos y echar polvo de tiza negra para generar una línea punteada sobre la escayola.
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