Cuenta la leyenda que en 1683, cuando los formidables guerreros turcos estaban a punto de invadir Viena, pero fueron derrotados, dejaron tras de sí los sacos de café que acostumbraban beber. Para los europeos el sabor resultaba demasiado fuerte y lo suavizaron agregándole leche y miel, con lo que la mezcla tomó el color del hábito de los monjes capuchinos, una orden religiosa derivada de los franciscanos, fundada en el siglo XVI. Sin embargo, la difusión real de esta popular bebida ocurrió hasta inicios del siglo XX, cuando se patentó la máquina cafetera para preparar el expreso.
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