Hace miles de años que conocemos el acero, desde que se descubrió que introduciendo carbono en la fragua se obtenía un hierro mucho más duro y duradero. Sin embargo, el acero, al igual que el hierro, sigue siendo susceptible a los agentes medioambientales; cuando se expone a la humedad y al oxígeno del aire se puede oxidar. Por ello, en los siglos XVIII y XIX, la industria encontró un proceso muy interesante para reforzar el acero; es lo que se conoce como galvanización.
La inmersión en caliente es el método más utilizado. En la última etapa del procesamiento del acero se sumerge en un baño de zinc fundido a unos 460°C. Así, el zinc se une al acero y forma una aleación de hierro-zinc que, a su vez, forma óxido de zinc en la superficie, esto es lo que evita la corrosión y hace que el metal pase de durar unos cinco años a setenta.
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